CONCURSO DE RELATO CORTO 'MUJER Y ASTRONOMÍA' 2021
El conocimiento científico, ese tan objetivo, racional y empírico que impulsa el avance de la humanidad, a menudo tiene su primer origen en los sueños. Se trata de esos sueños que tenemos cuando somos niñas y niños y que con suerte no perdemos del todo cuando somos mayores. Y que, además, sin atender aún a irrelevantes limitaciones establecidas por leyes físicas o humanas, nos hacen imaginar todo ese conocimiento que todavía no tenemos y sentirnos capaces de conquistar y disfrutar el universo entero.
A esos sueños, y a esa capacidad de imaginación desbordante que tienen las niñas y niños, les hemos abierto la puerta este 2021 con el Concurso de Relatos Infantiles "Mujer y Astronomía", organizado por la Comisión Mujer y Astronomía de la SEA con motivo del 11 de febrero, Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Han participado niños y niñas entre los 4 y los 15 años, en cuatro categorías: 4-7 años (en formato audio en los que narraban sus propios relatos), 8-9 años, 10-11 años y 12-15 años.
Tenemos la enorme satisfacción de que el concurso haya sido un gran éxito, ya que recibimos un total de 408 relatos enviados desde todos los rincones de nuestra geografía. A través de todas esas puertas abiertas a los sueños nos han llegado un número indecible de maravillas: estrellas que nos visitan en nuestras casas o se suben a los árboles, pizzas científicas, viajes a multitud de planetas, marcianos de colores que comen mucha fruta o se llaman Perico, celtas y aztecas, gatos y perros espaciales, superpoderes, astronautas capaces de todo, retos superados, grandes descubrimientos, agujeros verdes, viajes en el tiempo y un largo etcétera.
Le hemos dado, como debe ser, libertad absoluta a esos sueños, y solo les hemos pedido una cosa: que en ellos las protagonistas sean niñas o mujeres para que alcancemos esos espacios en los que hemos estado en minoría durante demasiado tiempo. Y ahí estamos: las niñas que sueñan con el cielo, las astrónomas que lo estudian o las astronautas que lo recorren son las protagonistas de estos relatos. En las mentes de las niñas y niños que los han escrito, todas ellas están dispuestas a conquistar, en igualdad, el conocimiento y el futuro.
Nos gustaría poder transmitiros la belleza y la frescura de todos los relatos que se han presentado al concurso. Como no es posible, os presentamos aquí los textos ganadores de cada una de las categorías. Un enorme gracias a todas las niñas y niños que han participado en el concurso, ¡el universo es vuestro!
Categoría 1 (4 a 7 años)
Cuando sea grande ¡quiero ser astrofísica! para descubrir ¡nuevos planetas y estrellas! Haré cálculos para inventar un teletransportador usando agujeros de gusano.
Pero, para eso, tengo que estudiar mucho, porque quiero que todas las niñas sean científicas como yo estoy segura lo seré.
2042
Con mi equipo de investigación hemos descubierto un planeta habitable que tiene todo lo que necesitamos. Empezamos a trabajar en mi modelo de teletransportador.
2044
¡Por fin lo hemos conseguido!
Con mi grupo de científicas bautizamos el planeta como V, por Vida, y ya los humanos podemos visitarlo gracias a la teletransportación.
Categoría 2 (8 y 9 años)
El día que la Luna se convierte en la Tierra
Escrito por Daniel Hernández Montesa, 9 años
Os voy a contar una historia de cuando la Luna se convirtió en la Tierra.
Había una vez una joven aldeana que se llamaba Alba, ella quería viajar y aprender, conocer lugares que leía en los numerosos libros de los que disponía, pero su padre Ismael no le dejaba, y una noche se escapó de la aldea donde vivía.
Viajó a Francia, donde quería aprender astronomía, porque desde pequeñita había soñado con viajar alrededor del universo, y allí se encontraban según se había informado, las mejores universidades.
Cuando llegó, enseguida se apuntó a una de esas famosas universidades. Fue aprendiendo mucho gracias a su profesora María, y así poco a poco, estudiando mucho se convirtió en una gran astronauta. Visitó todos los planetas, el que más le gustó, fue, Marte, ¡¡es alucinante!! Pensó, pero lo que me toca hacer ahora, es ir a la Luna, así que se preparó lo mejor que pudo para poder hacer ese deseado viaje.
Cuando llegó a la Luna, después de un largo trayecto, se montó un gran campamento donde podía hacer experimentos, investigaciones, leer, etc... Hizo un gran hueco para poder jugar a futbol, su deporte favorito, en la Luna se sentía libre, podía hacer lo que quería, un día tras otro.
De repente, un día, notó que la Luna se estaba moviendo, Alba se estaba asustando de lo que estaba ocurriendo, no sabía porqué esos movimientos y esos ruidos tan fuertes, de repente de un cráter empezó a brotar un gran chorro de agua, ¡¡y era dulce!! Igual que el de la Tierra.
Al cabo de los días, de la Tierra salieron troncos de árboles y flores de diferentes colores.
A los meses ya se veían diferentes tipos de seres vivos, como pájaros, ciervos, perros, incluso pudo ver una gallina, ¡¡increíble!!
Decidió dar una vuelta alrededor de la Luna, y pudo comprobar que había ríos, mares, lagos y océanos.
La Luna se estaba transformando, se estaba pareciendo a la madre Tierra, como dice la canción. La Luna se estaba acercando al aspecto de la Tierra, y ella lo había podido ver la primera, vivir una sensación única, de la que podría hablar toda la vida.
Ahora tocaba contárselo a los habitantes de la Tierra, que supieran que ya se podía vivir en la Luna igual que en la Tierra.
Lo que no iba a permitir es que la maltrataran, como estaba ocurriendo en la Tierra, que hubiera contaminación, guerras, talas de árboles incontroladas, y todo lo que los hombres estaban haciendo.
Así fue la historia de la pequeña aldeana en la Luna, que me ha encargado que os cuente.
Categoría 3 (10 y 11 años)
Sara, en busca de un sueño
Escrito por Carla Carbó Pérez, 10 años
Sara era una niña que vivía con su padre; cumpliría los once en abril; tenía unos grandes ojos azules, como Urano, a veces azules, a veces grises y adoraba leer. La madre de Sara había fallecido cuando Sara solo tenía cuatro años, lo único que sabía Sara, es que un día se fue a trabajar, pero nunca volvió. Lo poco que recordaba de su madre, lo recordaba muy bien. Su madre no era de gran estatura, tenía el cabello castaño y rizado, un poco alocado como los anillos de Saturno y también tenía unos grandes ojos azules. Sara aún se acordaba de las tardes que pasaba en el trabajo de su madre, era un gran edificio blanco; con una cúpula en lo alto, desde la que se podía ver todo el sistema solar.
Sara soñaba con ser como su madre, una gran astrofísica. Pero su padre no se mostraba de acuerdo, se enfadaba mucho cuando se lo mencionaba. Su padre ganaba lo suficiente para comer, pero se levantaba muy temprano y llegaba a casa muy tarde.
Cuando Sara salía de la escuela, como no tenía llaves de su casa, se pasaba horas en la biblioteca leyendo lo que no siempre le contaban en la escuela.
Había leído sobre Hipatia; una gran filósofa de Alejandría, sobre Caroline Hershel; una gran cazadora de cometas, sobre Cecilia Payne; la mujer que descubrió qué había dentro de las estrellas, sobre Vera Rubin, la mujer que descubrió la materia oscura... Y la lista continúa.
Un día, en la escuela, les habían preguntado qué querían ser de mayores. Cuando Sara contó lo que quería ser de mayor, la profesora le contestó:
-¡Las mujeres no pueden ser astrofísicas! Deberías trabajar en algo más femenino, como ser camarera, maestra o enfermera.
-Pero profesora, mire a Cecilia Payne o a Vera Rubin...
-Que sí, que alguna habrá, pero es muy difícil, por no decir imposible...Tienes que ser más realista.
La mayoría de los profesores se mostraban de acuerdo con aquello, pero un día Sara conoció a un profesor diferente. Le enseñaba muchas cosas a Sara sobre astronomía y Sara disfrutaba mucho aprendiendo.
Siete años más tarde, la habían aceptado en Vassar College, la universidad en la que había dado clases María Mitchel, una de las primeras profesoras de astronomía. Por suerte, ya no era la única chica de la clase, aunque a menudo aún se burlaban de ellas por ser chicas; pero no le importaba demasiado, porque sabía que era la mejor de la clase.
Cuando terminó la carrera, consiguió un puesto en el Observatorio Astronómico Nacional de España, allí se lo pasaba muy bien porque, al fin y al cabo, lo que más le gustaba a Sara era estudiar las estrellas.
Todas las chicas llevan una estrella en su interior, solo tienen que encontrarla en esta inmensa galaxia.
Categoría 4 (12 a 15 años)
La cefeida más brillante
Escrito por Alaitz Otero Gómez, 15 años
“Nunca llegarás a ser científica”. “Esa profesión no es para una mujer”. Henrietta pensaba en eso mientras se preparaba para para el día más importante de su vida. Había escuchado terribles desprecios una y otra vez durante sus años de estudiante, y habían continuado durante su vida adulta. Continuamente incluso ella se preguntaba si no tendrían razón los hombres que le decían aquello. A veces pensaba en abandonar, cuando parecía que sus esfuerzos no daban ningún resultado. Pero aquel momento decidió olvidarse de todo. Recordó mejor el día en que había decidido ser astrónoma, cuando era tan pequeña, cuando desconocía el casi imposible camino que estaba destinada a recorrer. Ahora era ella la que medía los derroteros del universo.
Y allí estaba ella, año 1921, preparada para que el mundo se despertara con la noticia que cambiaría para siempre la ciencia. Gracias a una mujer. Mujer que aquella mañana se sentaba inquieta en el salón de su pequeña casa. Los estantes repletos de libros, los sofás grises, nada había cambiado. No parecían ser conscientes de lo que le esperaba al futuro.
A las 7 en punto, su amiga Maria entró en la casa corriendo. Llevaba en su mano un periódico doblado, y resoplaba tras haber corrido. Henrietta sabía lo que había escrito en ese periódico. Su nombre. El nombre que inspiraría a tantas niñas, quienes también tendrían que escuchar las irreverentes palabras de los que se creían dueños de su futuro. Henrietta sería la mujer científica, astrónoma, que ella nunca había podido admirar de pequeña. Cuando miró a su amiga, sin embargo, esta parecía preocupada. Cogió el periódico de sus manos y leyó. La noticia estaba en la primera página. Donde debía haber estado su nombre, el de aquel hombre destacaba sobre todo lo demás. No podía ser posible. El hombre, jefe, siempre se llevaba los méritos. El nombre de Henrietta figuraba solamente en una esquina de la página, como intentando ser invisible.
-Todavía hay más —habló por fin su amiga. —Me he enterado de que va a dar un discurso esta tarde en la Plaza. El alcalde no quería que lo supieses hasta que fuera demasiado tarde.
Henrietta se levantó rápidamente y se dirigió a la puerta.
-¿A dónde vas?
-A defender lo que es mío. Que me quiten todo, pero no me quitarán mi honor.
Los presentes en la Plaza se miraron extrañados cuando vieron a una mujer corriendo hacia el escenario. El científico, concentrado en su discurso, no se dio cuenta de lo que pasaba. Hasta que la mujer, con un rostro decidido que no tenía nada que perder, le arrebató el micrófono y dijo lo que le habían obligado a callar.
-Yo soy Henrietta. Soy mujer, científica y el verdadero motivo por el que estáis hoy reunidos. Nos habéis intentado silenciar tanto, que nuestra voz acumula rabia desde Hipatia hasta hoy. No nos recordaréis cuando nuestros logros os ayuden a subiros a este escenario y ser aplaudidos. Pero estamos aquí, y hemos estado siempre.
Este concurso de relatos ha sido patrocinado por la familia Varela López, en homenaje y recuerdo a Angelines y Arturo.
Asimismo agradecemos al grupo extendido su participación como jurado en la evaluación de los relatos.