El Sol influye en nuestro planeta a través de su radiación visible (es el 99 % de la energía emitida y varía solo un 0.2–0.3 % con el ciclo solar), la radiación ultravioleta y rayos X (muy energéticos y con cambios superiores al 50 %) y el flujo de partículas cargadas (viento solar). La correlación observada entre mayor actividad solar y mayor temperatura en la Tierra sugiere que el Sol debe ser parcialmente responsable de la variabilidad de nuestro clima. Pero los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) indican que los factores de origen humano (que podemos modificar) son abrumadoramente más importantes que los solares (siempre presentes e incontrolables). La cambiante meteorología espacial viene determinada por las emisiones de partículas cargadas desde el Sol y, a pesar de la protección de la magnetosfera terrestre, influye notablemente sobre nuestro entorno: es responsable de las espectaculares auroras polares (boreales y australes), así como de las tormentas magnéticas que afectan a satélites artificiales y naves espaciales, sus instrumentos y tripulantes, y que perturban las comunicaciones por radio y satélite, y causan problemas en aparatos magnéticos y redes de tuberías y fluido eléctrico. El estudio y predicción de la meteorología espacial supone un desafío que nuestro mundo, tan dependiente del espacio, debe abordar.